Cada vez que prendes una vela, estás encendiendo algo más que cera. Aunque no lo pienses así, cada llama guarda
una historia. Una intención. Un momento.
A veces prendemos una vela por costumbre, por decoración, por crear “ambiente”… y no nos damos cuenta de que ese fuego —pequeño, tranquilo, constante — tiene una capacidad casi mágica de tocar cosas que no siempre se ven.
Una vela acompaña
Silencios – Duelos – Celebraciones – Comienzos – Despedidas.
Hay velas en los cumpleaños y en los altares. En los bautizos, las bodas, los rituales, los homenajes. Cuando no sabemos qué decir, cuando no queremos hablar, cuando todo parece ruido… encendemos una vela. Y ahí está el fuego. Pequeño, sí. Pero firme. Sosteniendo el momento. El fuego tiene algo que reconforta. Nos recuerda que todo cambia, que todo se transforma.


Que lo que arde también limpia. Que lo que se consume deja espacio. Una vela no es solo un objeto que se gasta: es un símbolo. Es calor. Es pausa. Es luz que no invade, que acompaña. Es el tipo de luz que no pide nada, pero lo dice todo. Y por eso, aunque sea tan simple, una vela siempre será poderosa. Tal vez por eso nos gustan tanto las velas artesanales. Porque cada una es diferente. Porque no vienen de una máquina, vienen de unas manos que las pensaron, las moldearon, les dieron forma y propósito. No son perfectas. Pero tampoco lo somos nosotros. Así que la próxima vez que enciendas una vela, hazlo con intención.
Tal vez para agradecer. Tal vez para soltar. Tal vez para sentir.Porque sí: el fuego también tiene memoria. Y aunque no hable, sabe exactamente qué estás quemando por dentro.